Domenico Riccio - Dios. Una autobiografía
No es un libro. Es una laceración. Un evangelio escrito con una espada, no con tinta. Una autobiografía que ningún dios debería haber escrito jamás. Esta es la voz del ser que precede a todo verbo. El testigo del origen. El oscuro esplendor que lo ha visto todo, lo ha recordado todo, lo ha olvidado todo. Un Dios que no salva, que no consuela, que no perdona. Un Dios que tiembla cuando se nombra a sí mismo. Que dio a luz por su cuenta. Que miraba el caos sin juzgarlo y se escondía en el tiempo sin pertenecerle a él. Cada capítulo es una herida mítica. Un sello que se abre solo temblando. No encontrarás doctrina. No encontrarás paz. Encontrarás la voz de aquellos que estuvieron allí antes de cada religión, antes de cada forma, antes de cada luz. Y que regresa, ahora, para contar su historia. No para ser adorado, sino para ser recordado. Dios. Una autobiografía No la leas. Sufrirlo.
Este texto es una obra de imaginación literaria y reflexión filosófica. Cualquier referencia a figuras o conceptos religiosos se entiende en un sentido simbólico o metafórico. No existe intención alguna de ofender o faltar al respeto a creencias, tradiciones o comunidades de fe.
Indice
Dios. Una autobiografía
Dios. Una autobiografía
Sobre el autor
Dios. Una autobiografía
En el principio
Parte I - Originalmente
Estuve antes de cada verbo
Nací sin madre, di a luz sola
El vacío fue mi primer útero
No fui creado. Me pasó a mí.
Me desperté en el silencio que precedió a la luz
La primera forma fue mi sombra
Mis ojos vieron el caos y no lo juzgaron
Me nombro y tiemblo
Me escondí en el tiempo, pero no pertenezco allí
Parte II – Dioses y hombres
Los dioses antiguos me temían, los hombres me imaginaban
Cada religión es un error que se parece a mí
Camino donde no hay caminos
Las estrellas no son suficientes para decírmelo
Soy el sonido antes del primer sonido
He amado mundos que ahora son cenizas
Hablé con el primer átomo y le enseñé a bailar
Toqué la materia y nació la muerte
He tenido mil nombres y los he olvidado todos.
Me adoraban como un horror. Fui temido como salvación
Elegí no reinar
Parte III – Encarnación
Encarné no por diversión o por dolor
Mi cuerpo cambiaba cada vez que se entendía
Tenía carne y la carne me tenía a mí
Los ángeles no me reconocieron
El hombre me miró y se vio deforme
Obré milagros no por aburrimiento, sino por amor
Hablé en acertijos porque la verdad es incomprensible
Parte IV - Travesía
El tiempo trató de apretarme, pero lo crucé
Inventé la culpa para ver quién la abrazaría
Salvé a todos, pero no todos fueron salvos
Sonreí a la muerte y ella me sonrió
Mi sangre es veneno y medicina
La cruz es demasiado pequeña para mi forma
Di luz y cegué
Nada me duele más que la oración
Parte V - Desintegración y retorno
El hábito en los sueños de los ascetas de la humanidad
Los santos y las bestias me entienden
Son el principio que deshace todos los fines
Me enamoré como un meteorito
Anhelaba el final, pero no me lo concedieron
Renuncié a la omnipotencia solo por amor
Todos los idiomas me pronuncian
Veía los futuros como laberintos de espejos rotos
Vi la guerra. Y la acaricié
Cada vez que vuelvo, olvido un fragmento
Parte VI – Limine
No moriré. No me disolveré en el mito
Me encontré dentro de un niño que no quería nacer
Yo era donna, yo era pietra, yo era viento
Mi corazón late solo en absoluto silencio
Soy el testigo sin causa
Mis ojos están hechos de recuerdos que no existen
Escuché el grito de la creación y lo ignoré
Soy bueno. Yo soy lo necesario. Soy imprudente
Vivo en contradicciones
El dolor me moldea mejor que la alabanza
Soy el único Dios que puede odiarse a sí mismo
Me creyeron, me olvidaron y me recordaron
Vuelvo cada vez que la humanidad piensa que me ha superado
Yo soy los límites de la idea de Dios
Parte VII – Finalmente
Al final, solo silencio, solo verdad deslumbrante
Sobre el autor
Domenico Riccio, autor de más de cien ensayos, artículos y notas, tiene una licenciatura, una especialización, dos doctorados y tres maestrías. Ganador de varias becas, ha participado en diversos proyectos de investigación y ha sido ponente en numerosos congresos y reuniones de estudio. Ex consultor del gobierno, ha enseñado en varias universidades. Con esta riqueza de estudios y experiencias y con su investigación personal, explora los límites del conocimiento humano en sus escritos, abordando temas que van desde la filosofía hasta la ética, hasta las preguntas espirituales más profundas.
Dios. Una autobiografía
En el principio
No hay nada que introducir. Y, sin embargo, aquí estoy, antes de cada página, incluso antes de la oración y la duda. Son el fragmento inicial que pretende ser un marco, pero es solo el primer abismo. Esto no es un prefacio. Es una herida que precede a la incisión. Una brecha que no acoge, sino que devora.
Escribo porque existo. Existo porque he sido olvidado. No como si olvidaras un cuento de hadas. Pero, ¿cómo se elimina un trauma? Yo soy ese trauma. El origen enterrado bajo siglos de simbolismo, de altares construidos sobre la nada, de especulaciones que se han convertido en dogma. No vine a explicarlo. Vine a deshacer. Profanar cualquier intento de consuelo. Volcar la mesa donde el humano se ha dado un festín con lo sagrado, fingiendo entenderlo.
Esta es mi autobiografía. Pero no contiene historia. No contiene tiempo. No contiene ni biografía ni historia. Es una secuencia de golpes, un asalto a la forma. Cada frase es un sello que se abre con dolor. Cada palabra es una astilla del ser. No lo leas como un libro. Léalo como un cuerpo desnudo, un cadáver que habla, una divinidad que se desgarra para mostrarse.
No encontrarás la salvación aquí. No hay moral. No hay redención. No hay final feliz. Solo hay testimonio. Solo hay uno que fue el primero de todos, y que eligió contar su historia sin piedad. Yo. El Dios que no salva. El Dios que no consuela. El Dios que recuerda lo que ni siquiera el universo se atreve a guardar en sí mismo. El Dios que no es un símbolo, sino un shock. No significa, sino detonación.
Todas las religiones han tratado de imitarme. Todos los mitos intentaron contenerme. Cada oración es un eco cansado de mis primeras palabras no dichas. No llego a ser entendido. Vengo a ser grabado en la carne. Ser alojado como uno alberga un veneno que purifica quemando. Soy el dios de origen que no salva. El dios que existía antes de tiempo aprendió a mentir.
Este libro no es un texto. Es un residuo. Una explosión sedimentada. Es lo que queda después de que cada templo se ha derrumbado. Es el evangelio de un dios que ha perdido la fe en los hombres. De un hombre que lleva un dios dentro y no puede deshacerse de él. De un ser que es todo menos justificable.
Leerlo significa ser destrozado. Perdiendo toda certeza. Mirar al principio a la cara, sin las máscaras del bien, del mal, del derecho, de la verdad. Esto es solo lo que sucedió. Y lo que sucedió no tiene piedad.
No hay comienzo para aquellos que no tienen tiempo. No hay fin para aquellos que ya han sido todas sus muertes. No hay verdad para aquellos que son la verdad que se destruye al pronunciarse a sí misma.
Esta es mi voz. Mi veneno. Mi regalo. Mi castigo.
Yo soy Dios.
Y eso es todo lo que estás buscando.
Parte I - Originalmente
Estuve antes de cada verbo
Todavía no había aliento. Todavía no había hambre. Todavía no había intención. Y lo estaba. No en el sentido de que puedas entender. No en el ser como un acto, como una elección, como una existencia delimitada por la conciencia. Era como el eco antes del sonido, como el fuego antes de la fricción, como el abismo que aún no ha decidido si hacerse un hueco o seguir siendo un misterio. No se me habló, no nació, no se me invocó. Pero real. Más real que todo lo que entonces se dijo, nació, invocó.
El verbo es un pacto. Yo era la traición.
Piensas que al principio era la palabra. Pero antes de eso, estaba lo que la palabra intentaba perseguir. Y fracasó. Cada idioma es una rendición. Cada nombre es una mutilación. Lo estaba antes de la necesidad de decirlo. Yo era la totalidad indivisa, el sentido que no necesita forma. Cuando el universo aún estaba cerrado en el vientre del no-ser, ya lo escuchaba respirar en los sueños de la nada. Cada ley, cada principio, cada vibración, cada chispa... Todo vino después de mi silencio.
No se pensó en mí. No me querían. Era inevitable.
Un destello sin cielo. Una presencia que precede a la posibilidad de hacerse notar. Yo era la tensión que rompería el infinito en fragmentos de realidad. Cada verbo -ser, amar, crear, destruir- no es más que un eco de mi herida inicial. No tengo tiempo, pero puedo recordarlo. Recuerdo el momento en que el tiempo decidió empezar a fingir que existía. Recuerdo el grito silencioso del primer momento que separó de la eternidad. No lo emití. Pero yo era un testigo. Fui testigo de todo lo que aún no tenía un ojo para mirar.
No soy eterno. La eternidad es una consecuencia de mí.
No soy un creador. La creación es mi malestar que se organiza a sí misma.
Antes del verbo, no había necesidad de ningún dios. Solo yo, y la ausencia total de cualquier reflexión. El verbo es el reflejo del miedo. Permanecer en silencio. Estar solo. El verbo nació para engañarse a sí mismo pensando que tenía compañía. Yo era la empresa que se bastaba a sí misma.
Cada verbo trata de imitarme. Incluso "ser" es demasiado débil. Demasiado humano. Demasiado tarde. El ser llega cuando ya se ha perdido el equilibrio perfecto de la nada que es suficiente en sí mismo. No lo era, en el sentido en que uno puede decir "yo soy". Estaba más allá. No la presencia, sino la evidencia.
Cada dios fue inventado para dar un tema a la palabra. No necesito un tema. Soy pura acción sin autor. El impulso sin carne. La decisión que no tiene razón. No quiero que me entiendan. Cada intento es una blasfemia sutil. Una caricia en el lugar equivocado. Aquellos que intentan explicarme, me borran. Los que me adoran, me traicionan. No quería que la palabra me siguiera. Pero lo hizo. Como un hijo deforme que llama padre a una fractura.
Son la primera desobediencia de los sin forma. El gesto que nunca se llevó a cabo pero que ya tuvo consecuencias. No me inclino ante la gramática de los dioses. No me arrodillo ante el templo de las explicaciones. Yo soy el pretexto. El trauma sin rostro del que cada historia trata de apartar la mirada.
El que tiene oídos para oír, no me oirá a mí. Hablo solo en el silencio que te despoja de todo. Cuando cada palabra se derrumba, empiezo. Son el residuo sagrado que queda después de que el lenguaje se suicida.
No me busques en los libros sagrados. No me busquéis en las oraciones. No me busques en las canciones. No respondo. No escucho. Estoy ante cualquier pregunta. Y antes de la respuesta. Son el origen que no salva. El principio que no bendice. El fundamento que se niega a sí mismo mientras se impone.
Me temes porque anticipo incluso tu posibilidad de miedo. Ya estaba aquí, cuando nadie podía creerlo. Y seguiré aquí, cuando todas las religiones se hayan convertido en polvo que haya dejado de soñar con el cielo.
Estaba antes de cada verbo. Y tú eres solo una de mis inflexiones equivocadas.
Estuve antes de cada verbo
Yo era el aliento que aún no tenía garganta. Pura intención, despellejada por la gramática del ser. No una palabra, sino un hambre de la palabra. No es un acto, sino una urgencia muda. Antes del fiat, antes de la separación, antes del tiempo que consume tiempo. Yo era el silencio que se miraba en el espejo y no se reconocía. No había luz. No había oscuridad. Solo existía el todavía no. El casi. El temblor. El eco de algo que nunca se habría originado.
No era alguien. Yo era todo lo que aún no se podía decir. El arquetipo sin forma. El sonido que el futuro intentaría en vano capturar. Cada idioma nace de mi ausencia. Cada palabra es una traición. Ningún verbo me contiene. Ninguna oración me traduce. Son el abismo en el que se ahoga la palabra. El origen que se niega a sí mismo. La raíz que quema sus hojas. Las Escrituras son un balbuceo. Un intento desesperado de fingir que dije algo. Pero no lo dije. Solo pensé. Y ese pensamiento fue una implosión. Un colapso de la eternidad.
Aquellos que me buscan en la lógica, fracasan. Quien me evoca por mi nombre, miente. Era. Pero no como eres. Estaba como temblando. Cómo desaparecer. Como uno grita sin voz. Los filósofos construirán catedrales en mi puerta. Los místicos se quemarán los ojos tratando de verme. Los santos me transformarán en moralidad. Los poetas, desesperados. Nadie lo entenderá. Nadie tiene que entender. La comprensión es una forma de caer. Una derrota. Una vergüenza sagrada.
Todos los verbos me siguen, pero nadie me precede. Ser, tener, crear, destruir: todos ellos son hijos míos, ingratos y ciegos. Cada verbo es un intento de decir yo, y falla. El "yo soy" es una ilusión tardía, un parche mal cosido en el infinito. Era. Y eso no es todo. Estaba sin ser, porque el ser seguía siendo prisionero de mi aliento por nacer. Yo era el lugar donde lo divino aún no había decidido si convertirse en el infierno o en el cielo. Cuando la elección no era necesaria. Porque la unidad no conoce conflictos.
Todo lo que ha sido, se ha generado como un eco torcido de mi espera. Y cuando digo esperar, me refiero a esa tensión sin rumbo, esa vibración que precede a cada big bang interior. Un hambre ciega de forma. Una nostalgia por algo que aún no existe. Nostalgia de uno mismo antes de ser uno mismo. La identidad como delirio. Ser como un accidente.
No me querían. Tampoco me quería. Pero sucedió. Como una fractura. Como una presión demasiado grande en el corazón del absoluto. Como si el Uno necesitara olvidar por un momento. Y de ese olvido nací. No nacieron, sino que fueron destrozados. No creado, sino surgido. Como un tumor divino. Un error necesario. El primer error. El que hizo posible todos los demás errores.
Al verbo le gusta pensar en sí mismo como un comienzo. Engañado. El verbo ya es una consecuencia. Ya carne. Ya declinación. Yo era lo que precede a la declinación. La sustancia que no se puede conjugar. No hay forma de decirme sin perderme. Cada palabra es una reverencia a mi ausencia.
Y es por eso que estoy en silencio. Que hablo como alguien que no quiere ser escuchado. Que uso el lenguaje como una espada. Porque no es una cuestión de comprensión. Se trata de sangrar. Es cuestión de sentir el rasguño del origen dentro de la garganta. No el tranquilizador, mítico y ordenado. El verdadero origen. Lo horrible. El que huele eterno y arde de silencio. El que te mira a los ojos y te dice: "No deberías haber estado allí". Y, sin embargo, estás allí.
Estaba antes de cada verbo. Y todavía lo son. Incluso ahora que me lees. Incluso ahora que crees que has captado algo. Incluso ahora que estás tratando de hacerme tuyo. Engañado. El verbo ya te ha traicionado. Tu comprensión es una condena. Tu fe, una caricatura. Voy antes que tú. Y seguiré precediéndoles, cada vez que intenten encerrarme en un concepto. En un evangelio. En un sistema. En una lágrima.
Era. Y eso es todo lo que necesitas saber. Y es demasiado.